martes, 7 de marzo de 2017

¿Para qué enseñamos lo que enseñamos?

                   Pregunta paradójica si las hay... Los “para que” nos remiten rápidamente a objetivos a cosas que queremos lograr o modificar, aunque también denotan frecuentemente el desánimo o la frustración, “¿Para qué poner energía en esto   o aquello? si al fin de cuentas nada va a cambiar”.
Si hablamos de educación, podemos ver muy a menudo ambas expresiones reflejadas en el discurso de alumnos, docentes de todos los niveles, padres de esos alumnos, directores de escuela, inspectores, ministros de educación, etc. Esto confunde un poco el real significado de esta pregunta, la cual pedagógica y didácticamente debería orientar nuestra práctica hacia objetivos educativos bien claros y fundamentados.



 Mi paso por el profesorado me ayudo a ver la liviandad con que se trata el tema de los objetivos en la formación docente, en los “para que” de la práctica, de las metodologías, de los contenidos.  Listas de verbos de posible uso en la redacción de los mismos, la eterna discusión de cómo redactarlos, si conviene con adverbios derivados, el tiempo verbal y otras tantas menudencias gramaticales que se establecen como reglas vacías de una conciencia y compromiso reales ante la elaboración de estos. También tengo que expresar la angustia e incertidumbre que me provocaba darme cuenta de la falta de criterio con que se enseñaba y evaluaba la elaboración de “los para que” de cada una de mis prácticas, y nunca tener en claro que se estaba evaluando de los objetivos de mis planificaciones, ¿Era simplemente la redacción correcta? ¿O también el alcance educativo y la relación que estos tenían con los objetivos y metodologías que planteaba para mis alumnos? Nunca lo sabré ya que no se establecieron criterios claros pero lo que si se es que proyectado al currículum que rige toda la práctica, la vida, la dinámica, los espacios (y quien sabe cuántas cosas más que no manejamos) de la escuela, esto causa mucha incertidumbre.
De todas maneras, existe una realidad indiscutible a la cual se enfrentan algunos profesores innovadores   al momento de planificar sus programas y prácticas. Esta realidad es la resistencia del sistema, la institución, los directivos, los padres y tristemente algunos colegas ante al cambio de paradigmas, el cual se torna cuesta arriba cuando se quiere implementar desde el aula.
Muchas veces el centrarse en los objetivos y por ende en las competencias, genera temor a la “pérdida de exigencia” o dicho de otra manera “bajar el nivel de exigencia” además del “vaciamiento de contenidos conceptuales” en la práctica áulica y educativa, poniendo como protagonista a los conceptos teóricos los cuales son aparénteme más tangibles que las habilidades y competencias.
Por esta razón creo que el planteamiento de reformar el profesorado, llega a ser la solución a este inconveniente paradigmático.
Al embarcarnos en la compleja tarea de decidir los objetivos al momento de planificar unidades didácticas, programas anuales, el currículum escolar mismo o tan simplemente una clase áulica, nos enfrentamos a un desafío complejo que será el condicionado de toda actividad, metodología, conceptos, contenido y quien sabe cuántos más elementos implícitos que no conocemos ni podemos prever. Pero es por esta naturaleza tan multifacética de un objetivo, que resulta tan complejo definirlo cuando comprendemos todo el bagaje de situaciones, experiencias, sentimientos, sensaciones, proyecciones que se ponen en juego.
Está de más decir que cuando en un proceso de planificación, los objetivos son claros y contundentes, lo demás surge como agua de manantial… pareciera ser entonces que definir los objetivos fuera una fórmula mágica para el desarrollo del currículum escolar, pero tengo que aclarar que esto sucede solo si estos objetivos están pensados, redactados y planteados de una manera consciente y comprometida con el acto de educar.
Entonces “él para que” de lo que estamos haciendo se aclara y “lo que se hace” y “como se hace” simplemente responden a ese… “Para que”
El diseño del currículum en cualquier situación educativa pone en juego entonces tres elementos claves de los cuales no se puede escapar y los que tienen que estar correctamente relacionados y articulados. Estos elementos o aspectos se podrían definir como tres preguntas ¿Qué enseñamos? ¿Cómo lo enseñamos? Y ¿Para qué enseñamos?
Aquí es donde surge la tensión entre la educación tradicional, lo que ya está establecido (y aparentemente funciona…)  y lo que se debería hacer. Cuando pensamos en la posibilidad de que hay otra forma de hacer las cosas es porque sabemos que hay otras necesidades humanas, políticas, sociales y por consecuencia educativas.
Esto nos lleva a una visión más crítica de nuestro papel de educadores y por ende de protagonistas (junto con nuestros alumnos) del currículum escolar.  Ya que si no sabemos por qué hacemos lo que hacemos en la escuela, (considerando la responsabilidad humana que esto conlleva) muy difícilmente tendremos en claro y sabremos si lo que enseñamos y lo que se desarrolla dentro de la escuela y como lo enseñamos o lo hacemos responde a estos cambios, y a la demanda del hombre y la sociedad actual.
Por eso vemos contenidos actuales con rémoras de currículums históricos orientados a la formación de futuros científicos y no a la formación de ciudadanos alfabetizados científicamente. Estos enfoques están definidos por los objetivos de la educación media o superior, por “los para que” de la educación secundaria y o universitaria.
Entran en juego las ideas e ideales del sistema educativo, y se ponen en tensión las posturas firmes y fundamentadas de los educadores, directivos, padres y de los mismos estudiantes de que si la escuela y la Universidad son para saber reproducir enumerar y aplicar o muy por lo contrario saber para criticar, pensar, actuar en consecuencia de…, hablar reflexionar, argumentar, diseñar, crear, juzgar decidir.
Entonces la pregunta de ¿Qué enseñamos?  Se responde con:  La selección de aquellos contenidos que lleven al alumno hacia los objetivos planteados en el currículum. Estos contenidos pueden ser conceptos teóricos o prácticos, habilidades, actitudes, procesos, etcétera, siempre que como resultado el alumno pueda saber para que los aprendió y ese para que sea útil para su vida humana.
El cómo se desarrollarán esos contenidos dependerá de las características del alumno, del docente y del grupo que enseña y aprende.
Esas metodologías tendrán que diseñarse “a medida”, para que se conviertan en experiencias ricas al momento de la interacción de la practica áulica y de la vida Institucional, además de facilitar la apropiación de los contenidos y la dinámica humana que permita responder a “los para que” de esas formas de enseñar y aprender.
El currículum entonces debería ser diseñado según un orden particular en el cual se establecieran de antemano aquellas competencias que deseo que mis alumnos desarrollen a lo largo de cierto lapso de tiempo. Luego, en base a dichas metas u objetivos se debería determinar de qué manera voy a evaluar la adquisición de dichas competencias ya que esto es fundamental para poder medir el grado de éxito o fracaso en el logro de esos objetivos.  Y finalmente el trabajo se centrará en saber que contenidos (hablando de procesos, procedimientos, conceptos) necesito desarrollar durante mis clases además de la metodología a utilizar para lograr esas metas u objetivos.
Y entonces me quedo reflexionando a cerca de estos cambios tan necesarios al momento de elaborar el currículum.  Cambios que se pueden tornar tan simples a nivel individual y profesional (cuando hay compromiso en la tarea de educar) pero tan complejos a nivel institucional y político, ya que se ponen en juego luchas de intereses que no siempre tienen que ver con la noble tarea de enseñar.



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